Escuchar a Pablo Giesenov y al gendarme Ariel Atamañuk relatar sus historias de vida nos hace reflexionar y como dijo alguien por ahí, pensar en cómo nos enojamos a veces por una estupidez, al lado de lo que vivieron estos atletas de la vida.
Le ganaron a todas las adversidades con decisión y porfía y hoy son ejemplos para muchos que se preocupan porque le hicieron una rayita a su auto o le torcieron el espejo.
Pablo y Ariel pasaron por Las Varillas y contagiaron de optimismo a los presentes, aún desde lo triste de sus historias.
No se sienten fenómenos ni nada parecido, sólo seres humanos con capacidades diferentes.
El silencio en la Casa de la Cultura cuando la gente escuchaba sus historias era estremecedor y más de uno derramó lágrimas que ellos no hubieran aceptado si no fuera por los reflectores que les daban en sus caras.
Las lágrimas fueron antes en sus vidas, ahora pedían alegría y ellos se las contagiaron a todos.
Las palabras que podamos decir, están demás, sobran.
Gracias por venir , gracias por contagiarnos, pese a todo, las ganas de vivir