Norykko, la sensual cantante española del tema La Bella y la Bestia, refería a que …“Ya no me quedan lágrimas para llorar”, sintetizando el dolor por la injusticia a partir de un hecho de violencia de género incontrolable. Casi la misma sensación en ese río de lágrimas interiores que nos produjo impotencia, bronca y consternación por volver a comprobar que este país, el de nuestros hijos, amigos y nietos, sigue dándonos vergüenza propia y vergüenza ajena.
Cuan complicado es negar que, de una u otra manera, desde hace un buen tiempo a todos nos ha invadido esa angustiosa sensación de que la Argentina ya no tiene arreglo y ha tocado fondo. En casi todos los órdenes y sin solución de continuidad y que, sin embargo, no estaremos exentos aún de hundirnos un poquito más.
Hundirnos un poquito más vaya a saber hasta cuándo y hasta dónde pero que, con el bochorno del River – Boca como lamentable muestra gratuita al mundo, obviamente lo seguimos consiguiendo con creces. Y digo “lo conseguimos” porque, de una u otra forma, la mayoría tenemos algo de responsabilidad por acción, elección u omisión en las causales históricas que irremediablemente terminan luego en estas tristes consecuencias. Más allá de que deba ser otra vez el fútbol el que nos desnude y exponga como una sociedad que, ya no hay dudas, sigue muy enferma.
La enorme mayoría de los argentinos de toda edad, nivel social e instrucción educativa no pusimos ni por asomo tanto interés en los verdaderos valores que cimientan una sociedad, como si en los que se relacionan con los masivos espectáculos artísticos, televisivos o futbolísticos como el acontecido. Regodeándonos con mucha más estimulación e inspiración a partir del rodar de una pelota que el de un proyecto de país a partir de sus valores éticos, culturales y educativos que avalen igualdad y un buen vivir hacia el futuro. Y entonces …De que podemos sorprendernos ?
Nuestros dirigentes políticos, deportivos, económicos, gremiales y educativos se han encargado de minar los cimientos de aquella Argentina más equilibrada y normal de épocas no tan lejanas, concentrando un degradante poder desde el puerto de Buenos Aires para recalar también en nuestro interior. Y por ello, lo que gran parte del mundo en general y el del mundillo deportivo en especial hoy toma con asombro y desagrado, a nosotros no nos debería sorprender sino todo lo contrario. Porque todo el bochorno de estas cuatro interminables semanas de la final de la Libertadores no es más ni menos que el producto de las batallas ganadas por el narcotráfico, la tranza, los negociados espurios y la corrupción dirigencial de estos últimos años y desde los más altos niveles de poder.
Se juegue o no y gane quien gane ya será solo un mero formalismo para la superficial alegría folclórica del sentimiento pasional. Porque volvimos a perder todos por goleada sin siquiera poder verter las mismas lágrimas de dolor, impotencia o bronca de tantas otras oportunidades. Volvimos a perder en todos los sentidos posibles e imaginables, pero derramado ahora otro tipo de lágrimas dado el remanido peso de esta historia sin fin: El de las lágrimas negras que sintetizan el sufrimiento y la desesperación del nunca acabar y el de un futuro demasiado oscuro como para poder revertirlo en lo inmediato.