Dice el mataburros que la ludopatía es una inclinación patológica a los juegos de azar. Una enfermedad, bah
Pero no dice si algunos juegos son peligrosos o si, por el contrario, generan recuerdos imborrables en la mente de los ludópatas.
Como los juegos infantiles
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Había que confiar en el azar de la madre naturaleza para que no se le ocurriera mandar una ráfaga de viento que hiciera que la figurita que enviábamos para abajo se fuera hacia otro lado y nos hiciera perder una pila así de alta de Pelés, Rojitas o Artimes (nótese la edad del autor con la mención de estos futbolistas)
Había que tener una mano especial para no perder la bolita japonesa por la que ahorrábamos hasta la plata que nos daban para la matiné del Cine Colón. Y si no teníamos esa mano mágica, recurrir a las humildes canicas de mármol que usábamos como moneda de cambio cuando el bolón de acero sacado de un rulemán de camión dejaba reducida nuestra bolitas de humo a un montón de vidrios desparramados. De las formas de tiro (a la cordobesa con el pulgar o la elegante entre el pulgar y el dedo mayor hablaremos en otra ocasión porque son muchos los recuerdos y poco el espacio).
¿No era un juego de azar acertarle al palo del balero en el primer tiro, o lograr que el trompo de madera no se enredara con el piolín que lo lanzaba o sacar el “toma todo” en la perinola y agarrar todas las figuritas como John Wayne agarraba las fichas o los dólares en los salones de los cowboys?
¿No era un juego de azar lograr que el hilo del yo-yo no se enredara y bajara y subiera como si fuera una pista de patinaje?
Pero el juego de azar más peligroso (además del de chorearle las mandarinas y las ciruelas al abuelo sin que nos corriera a escobazos) era el de alcanzar la parte de arriba de los plumeritos de las cañas comunes sin que éstos se quebraran. Después había que conseguir un pedazo de alambre para perforarlos y hacer los canutos o cerbatanas con las que lanzábamos bolitas de siempreverdes o papel. Quien poseía un canuto de caña tacuara o de la parte de adentro de un sifón de soda era nuestro ídolo
Los revólveres hechos con broches de madera que sacábamos del tendedero y granos de maíz como proyectiles y el lanzamisiles del rulero con un globo y bumbulas de paraíso que reíte del Exocet, no pueden faltar en este inventario de ludopatía infantil
Y nos quedaron los teléfonos confeccionados con dos latas de tomates y un pedazo de hilo, los zancos de madera o de latas de aceite Ibarra que eran altas
¿Y quién no armó alguna vez un barrilete (cuadrado, estrella, medio mundo, rombo, barquito o cajón) y no se cortó los dedos con la caña o con la “yilé” que colgábamos en la cola de trapo para cortar el hilo de las cometas rivales?
Y los autitos con masilla y la honda o gomera y la payana que nos dejaba los dedos pelados de tanto arrastrarlos por el piso durante los recreos de la escuela y…y…y…
Necesitaría cuatro notas para hablar de todos.
En mi caso jugaba con un cabo de palo de escoba e imitaba a manera de micrófono a los locutores que oía a través de las radios porteñas, El Mundo, Rivadavia, Belgrano, Splendid, Fontana, Antonio Carrizo, Julio Marbiz, Héctor Larrea, el Rotativo del Aire, Carburando, José María Muñoz, Enzo Ardigó, Veiga, Lujambio…