Ponéle que en algún bolichón que Las Varillas tenía en 1918, un grupo de parroquianos que recién salía de sus trabajos en las quintas de los alrededores, se sentaran un rato para hablar de bueyes perdidos, mientras estiraban las horas antes de volver a casa…
Algunos vivían a la vuelta de las quintas en las que trabajaban, otros en la calle 21, del otro lado del conglomerado de casas que estaba creciendo en el incipiente poblado y otros vaya a saber dónde
Ponéle que inmediatamente comenzaban a criticar a la atrevida señorita que acompañada de sus padres “como debe ser”, esquivaba un charco de agua en la calle 10 y mostraba inadvertidamente uno de sus blancos tobillos. Ponéle que eso generaba un silbido de uno de los espectadores que había alrededor de la mesa y el rubor de tono subido de la niña. “Si esto pasa en pleno 1918, alguna desvergonzada va a usar la falda a la altura de la rodilla en los próximos años”, habrán comentado, mientras volvían a fijarse en el platito de “manises” que el bolichero les había obsequiado para acompañar la zarzaparrilla que estaban degustando fresca, gracias al inigualable invento de las barras de hielo.
Ponéle que uno de esos bueyes perdidos fuera hablar del recolector moderno “El Vencedor” que la familia Gallo estaba fabricando en la remota calle 18
Ponéle que esta nota se está haciendo larga y no puede cerrar el objetivo de su escritura para llevarla a la imprenta de tipos móviles que está al final de la calle 16.
Ponéle que mientras insultaban al ruidoso Packard al que llamaban automóvil, interrumpiera su charla o les hiciera levantar la voz para hacerse oír, comentaban lo que iba a pasar esa noche (habrá sido un miércoles?) en el Honorable Concejo Deliberante.
Un grupo de ciudadanos había resuelto cambiar las calles numeradas de Las Varillas por nombres de personas, próceres, batallas y vaya uno a saber cuántas cosas más. Inadmisible decían los “contreras” que gracias al Creador ahora no hay más en nuestra ciudad.
Como inadmisible era que el bolichero les quisiera hacer creer que las calles con nombres y ese brebaje que les acercó en una botella de vidrio para que probaran, pudieran durar mucho tiempo.
“En dos o 3 años esto va a desaparecer”, opinaban
Coca Cola le decían
Ponéle
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