Se suele decir que las comparaciones, sobre todo si se trata de comparar personas, son odiosas así haya plena veracidad en tal contraste. Quizás, por tratarse de cotejar cualidades más que virtudes, se imponga aquello de “odioso” lo cual incluso puede tornarse en “doloroso”.
Ahora, la cosa cambia cuando la comparación ya no es tan individual sino colectiva, tipo sociedad, y con una firme tendencia que lo ratifica.
Por caso, tuve la oportunidad de observar de manera neutral en Montevideo y junto a varios amigos uruguayos, tanto el choque de cuartos del Mundial de la Celeste ante Francia en el mediodía del viernes como el de Brasil con Bélgica por la tarde.
Obvio que los Charrúas son tan apasionados por el fútbol como nosotros y lo vivieron y sufrieron a full, especialmente al quedar eliminados. Pero el apoyo incondicional al arquero Muslera a pesar de su grosero error, al DT Tabárez y a la totalidad de su seleccionado fue notorio y nunca puesto en dudas. Un apoyo con mix de orgullo que va mucho más allá de un resultado y que es producto de una sociedad que vive en armonía, con previsibilidad y muy lejos de nuestra comprobada locura e histeria nacional. Es más, costándole entender e interpretar por qué los argentinos somos tan “autodestructivos”, una expresión a partir de sus propias palabras y percepción desde el otro lado del Río de la Plata.
Puse especial atención, porque lo tenía pensado, en los comentarios, enfoques y ambiente generado desde el periodismo uruguayo tanto allá en Rusia como en su capital, máxime luego de la derrota. Y casi que no encontré, más allá de mal querer percibir enojos o molestias, nada de ensañamiento o críticas arteras a nadie y sí mucho de análisis objetivo y balances de todo el proceso culminado.
Tampoco percibí quejas exageradas por ese fatídico auto gol del guardameta, ni lamentos por la ausencia de su máximo goleador inoportunamente lesionado para ese choque decisivo. Algo así como caer de pie dándolo todo, asimilar con grandeza el resultado deportivo y manejar con altura y corrección social todo lo vivido y sufrido a la distancia.
Por ello, tener solo un atisbo de comparación con alguna partecita, sólo con una partecita de lo vivido y sufrido desde nuestro “ser nacional” respecto a la selección y todo el entorno todo, no solo es odioso sino además doloroso. Y más doloroso aún si lo ampliamos en perspectiva al resto de nuestros hermanos sudamericanos y cotejamos las actitudes puestas de manifiesto por los brasileños, colombianos o peruanos post derrotas o eliminación. Y es allí donde más profundamente entendemos la tristeza y el bochorno que aún seguimos viviendo desde todo punto de vista. Desde el interior o exterior de nuestra selección, desde los Medios, desde la propia AFA o desde todos y cada uno de los argentinos acá o en Rusia, a los que nos debería avergonzar tamaña intolerancia, desparpajo y falta de respeto por el prójimo y por nosotros mismos.
Aunque también es cierto lo que por allí supimos escuchar en la previa y durante el desarrollo mismo del presente Mundial: “Que otra cosa se podía esperar sino esto de una sociedad individualista, egocéntrica, soberbia y arrogante como pocas”.
Comparaciones odiosas, a través del fútbol o de lo que sea, que nos generan vergüenza ajena y golpes propios y que se siguen transmitiendo de generación en generación sin que podamos cambiar el rumbo sino todo lo contrario, enquistándolas dolorosamente más.