Este Mundial de Fútbol, diferente a todos, está incubando otro costado cuasi inesperado, por lo menos algunos años atrás. Un hecho deportivo de alta relevancia y, en muchos aspectos, muy distinto a otros Mundiales que está generando un evidente caldo de cultivo para la posibilidad de un cambio de paradigma del mundo musulmán en cuanto a las mujeres como ser. Como seres humanos y como personas que deberían ser respecto a la igualdad con el hombre en todos los aspectos de la vida.
Fue sorprendente, incluso para quienes habitamos el mundo occidental, observar el festejo de algunas jóvenes saudíes en la victoria ante Argentina. Quitándose los turbantes y velos y agitándolos por el aire “a rostro limpio” y observadas con simpatía por no pocos de sus pares que se sentían tan alegres y extasiados como ellas.
Una escena de pocos minutos bajando las interminables escalinatas del majestuoso estadio Lusail, pero que fue todo un síntoma de otras situaciones similares vividas en el mismo gran evento deportivo. Entre ellas, la negación de la selección iraní del canto del himno de su país y apoyado por su público en las gradas. Público que además gritó contra su gobierno opresor y asesino por el caso de las estudiantes en Teherán, reclamando la libertad de elección y el fin de un sometimiento que huele a arcaico por estas tierras.
En paralelo, también el intento de las propias jóvenes cataríes de “parecerse un poco” a sus pares occidentales que siguen a plena diversión por las calles de Doha. Con un dejo de envidia a esa imagen de desparpajo juvenil e igualdad en todos los sentidos con sus compañías masculinas. Intento que algunas lo llevaron a la práctica mezcladas tanto en el multitudinario Fan Fest como en las fiestas electrónicas de Fifa según se pudo comprobar.
Una oportunidad única que no solo brinda la globalización, tecnología de por medio, sino también esta curiosa e inesperada invasión al corazón del mundo árabe de esa “otra vida” también factible. Una vida que no tiene por qué ser de libertinaje o feminismo extremo sino de respeto e igualdad, algo por ahora impensado como derechos para estas mujeres que han naturalizado desde siempre el sometimiento y opresión en estas geografías.
Una situación “bisagra” si hubiese inteligencia, paciencia y algo de atrevimiento en las nuevas generaciones de jóvenes musulmanas para saber manejar estos momentos, especialmente con los segmentos ortodoxos en cada una de sus naciones. E incluso, también la posibilidad de una situación de “trampolín” para tratar de ir un poco más allá y patear el tablero hacia esa igualdad de derechos que bien podría darse mucho antes de lo añorado.