La fiebre amarilla. Buenos Aires 1871. Las epidemias aúnan dos de los miedos colectivos más antiguos: el miedo a la enfermedad y a la muerte. En un sentido convencional, el miedo puede entenderse como una perturbación angustiosa del estado de ánimo ante algún riesgo o daño posible ya sea real o imaginario. La llegada de enfermedades consideradas letales, la proliferación de los casos y la creciente alarma de la sociedad configuran un escenario de terror y pánico. El primer censo de la ciudad nos muestra una población de 178.000 hab.seguida de Córdoba con 28.000 hab.y Rosario con 23.000.
Después de la batalla de Caseros las colectividades de inmigrantes está conformaba por 41.000 italianos, 14.000 españoles, 14.500 franceses y un porcentaje significativo de latinoamericanos. La legislatura de la Provincia sancionó una Ley de Municipalidad para la ciudad. La elección de este régimen de gobierno fue un hecho de gran transcendencia para el orden legal provincial, pues se reconocía y procuraba reglar la administración vigente desde la supresión de los cabildos de Buenos Aires y Lujan. El poder político estaba en manos del Partido Autonomista, del cual surge una tendencia representada por figuras como Aristobulo del Valle, Leandro Alem y Dardo Rocha que confluian en el Club 25 de Mayo y cuyos principales objetivos eran la modernización y democratizacion de la organización política y conceder mayor autonomía a los municipios. Ya en la Colonia existían instituciones vinculadas con la medicina como el Protomedicato con la misión de prevenir y combatir las principales enfermedades. Esta fue clausurada y reemplazada por un Tribunal de Medicina. Sin embargo recién tras la caída de Rosas comienza a desarrollarse un nuevo perfil institucional de la profesión médica, llegando a dividirse en tres secciones: Facultad de Medicina, Consejo de Higiene y Academia de Medicina. La fiebre amarilla de 1871 dejó en esa ciudad una huella traumatica: 13.000 fallecidos sumado al caos social producto del desabastecimiento de alimentos, clausura de negocios, robo y falta de atención a los enfermos. Se inició en los últimos días de Enero con un pico máximo durante el mes de Abril con 7174 muertes que incluyen la terrible Semana Santa con 500 defunciones diarias. Las víctimas eran de todas las clases sociales. La enfermedad se iniciaba con fuertes dolores de cabeza y articulaciones, cansancio y fiebre, se caracterizaba por atacar el hígado y su falla generaba hemorragias en la nariz, la boca, el estómago y el recto causando un vómito negro, de allí el particular seudónimo con que se conoce a dicha enfermedad. La confusión, el pánico y la impotencia testimoniaban las deficiencias de la administración municipal, junto a la ignorancia sobre como se transmitía la enfermedad. Ciudadanos que veían como causa la presencia de los focos miasmaticos o focos de infección que emanaban fuertes olores pestilentes y nauseabundo a la vez que contaminaba el aire que al momento de su inhalación provocaba el contagio.
La lucha contra la epidemia quedó en manos del Consejo de Higiene, entidad compuesta en su mayoría por médicos bajo jurisdicción municipal quienes transfirieron sus poderes ejecutivos a otra entidades como las Comisiones Parroquiales, organizaciones con un espacio de relativa autonomía donde participaban vecinos enérgicos y activos, refractarios a se subordinados a un gobierno municipal; y la Comisión Popular que surge con el propósito de denunciar al gobierno por su inactividad, lentitud y falta de reacción, reclamos que se dieron cuando la sociedad civil comenzó a presionar, peticionar o protestar ante el Estado en beneficio de alguna causa considerada de interés colectivo.
Los periódicos y la época fueron muy críticos con los funcionarios que dejaron sus puestos como ocurrió con los miembros del Poder Judicial. El mismo presidente Sarmiento fue duramente criticado por su decisión de trasladarse al pueblo de Mercedes. Uno de los casos más resonantes fue el del Dr José Lucena removido de su cargo por abandonar la asistencia de los enfermos. Otros comparaban el escenario de la peste con un campo de batalla, por lo tanto quienes lo abandonaban, desertaban o huian era calificados de “cobardes”.Uno de esos medios gráficos publicaba una nota titulada “El deber de la caridad”, dicho artículo pedía a los ciudadanos que no se escudaran en la indiferencia y el miedo y que tampoco esperaran todo del poder oficial. “Cada habitante está en la obligación de hacer algo por los que sufren”.
La fiebre amarilla de 1871 ha concentrado la atención de historiadores, escritores, artistas plásticos, documentalistas con la intención de honrar a través de sus obras, la memoria de aquellos que rindieron noblemente su vida al servicio de una misión humanitaria.
Nadie sospechaba que el mosquito hembra de la especie Aedes Aegypti, portador del virus se multiplicaba en los baldes y tazones de agua doméstica, chupaba la sangre de los infectados y lo transmitía a los sanos. Los científicos no descubrieron el agente causal ni el vector de la enfermedad hasta el año 1905.