El Cairo, una ciudad de locos
Literal, la capital de Egipto es un conglomerado humano no apto para seres equilibrados o por lo menos que suelan vivir con cierto equilibrio.
Los 25 millones de habitantes, más algunos cientos de miles de turistas y comerciantes extranjeros que la transitan diariamente, convierten a esta ciudad en un alocado mundo de convivencia en donde todo puede ser posible. Con escasos semáforos, que de paso no se respetan, decenas de miles de automóviles, buses, camiones, carretas y en especial motocicletas sin siquiera el elemental foquito de luz en muchas de ellas. Pero, por sobre todo de todo, una contaminación sonora que es difícil de explicar con palabras y muy fácil de asombrarse en ese “vivo y directo” que te rompe los tímpanos con tanto ruido.
Un mix de bocinazos permanentes, sin sentido y basado en una extraña costumbre complicado de entender desde la lógica al que se le suman la niebla de la arena del desierto en suspensión y la inmensa contaminación vehicular. Todo un combo que puede ser atractivo para el turista en sus pocos días de convivencia, pero muy duro para la calidad de vida de sus habitantes sin distinción de clases.
El Cairo, una ciudad de locos en donde no hay un solo vehículo sin bollos y rayaduras, al igual que verjas y árboles cercanos a las calles con claros indicios de “haber sido chocados alguna vez”.
De locos sí, pero más aún cuando uno comprueba que los cairotas de origen y sus decenas de miles de inmigrantes viven este caos diario como natural, lo aceptan y ni se enteran del estrés permanente que van acumulando. Porque, les aseguro, aquí este mal puede llevar más de cien años pero a la larga no hay cuerpo humano que lo resista. Y de allí, obviamente, lo común de una sordera temprana y un sistema nervioso y respiratorio prematuramente agredidos que, más temprano que tarde y al igual que lo mental, te pasan una factura de (mala) salud seguro.
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El negocio de la Fe, la inteligencia de la Paz
En gran parte de Medio Oriente y de varios de los países árabes africanos vecinos, el turismo es una mina de oro. Obviamente potenciado por el circuito religioso, que tiene como núcleo a Jerusalén y su región, pero que comercialmente también incluye a Belén en Palestina y buena parte de Jordania.
La confluencia de tres religiones monoteístas como la musulmana, el cristianismo y la Judía y las diferentes culturas aquí mezcladas, han generado por siglos toda variedad de conflictos en la llamada “Tierra Santa”. Pero esta “fuerza de la Fe” también fue y sigue siendo un verdadero motor para la economía de esta región, potenciado por un turismo internacional que lo componen cientos de ramas comerciales para captar una increíble cantidad de dinero desde los bolsillos más remotos del planeta. Y que además, nos aseguran, es una buena herramienta como aporte a ese delicado equilibrio de la paz por la enorme variedad de empleos directos e indirectos que se generan.
Una amplia región golpeada por el tema de la Pandemia que, si bien se manejó con mayor flexibilidad que Argentina, vio reducir al mínimo su flujo de turistas y con ello sus altos ingresos que hace mella en sus sociedades aún hoy en el presente.
La Fe mueve montañas, supimos muchas veces escuchar, pero también genera un negocio impresionante por aquí que es difícil de cuantificar y que se desarrolla a lo largo y ancho de todo el año.
No obstante, algunos pocos países potenciaron aún más esta demanda natural del turista de todo el mundo vía acuerdos de Paz con el conflictivo Israel, país judío rodeado de una multitud de vecinos árabes. Entre ellos y desde hace mucho tiempo, Jordania y Egipto que fueron y son los abanderados en dicha negociación y por lejos los más beneficiados. Simplemente porque el acuerdo hace más flexible el egreso e ingreso en las fronteras y se molesta mucho menos al turista que en otras naciones como Siria, Irak, Libia, Cisjordania o Irán en donde ni por asomo cuentan con ese fabuloso ingreso de divisas. Además, por cierto, de poder contratar mano de obra barata de inmigrantes de esos mismos países vecinos más la India, Pakistán o Bangladesh ya que un acuerdo de Paz de este tipo es un “certificado” de mayor seguridad y tranquilidad para todos.
El negocio de la Fe y la inteligencia de la Paz para minimizar la pobreza que aún vive y late por estas tierras. Tierras que, si pudiesen superar los obsoletos paradigmas culturales y religiosos y estar a la altura de este mundo tecnológico y globalizado, seguramente le podrían brindar mucho más bienestar a sus futuras generaciones.