Barreras Invisibles, una reflexión de Tomás Parmiggiani sobre la cuarentena por covid-19.
Es cuestión de días, quizá de horas para que aparezca el caso cero en nuestra ciudad. Tal vez ya esté entre nosotros: un transportista, un comerciante, una maestra, algún médico, en fin, cualquiera de nosotros. La cuestión es saber si estamos preparados para no juzgar y condenar, para comprender que solo se tratará de una persona con un virus, más o menos grave, pero que en todos los casos califica como enfermedad y no como delito.
Hay quienes construyen en la adversidad, y sienten que la misma es un estímulo para superarse, para poder hacer lo que nunca se pudo. Y nacen entonces la creatividad, las ideas, la solidaridad y hasta los protocolos ingeniosos. Conocemos cientos de casos de pintores sin manos, deportistas sin piernas, pueblos que se reconstruyeron luego de la guerra. Cómo entonces no ser capaces de organizarnos y seguir a pesar de la pandemia.
Y surge la pregunta, ¿qué haremos cuando finalmente el virus conviva entre nosotros? ¿Encerrarnos detrás de barreras invisibles o cuidarnos y cuidar al otro con verdadera conciencia? No es el garrote lo que nos salva, son las ganas y los sueños. Los mismos que hicieron de ésta la ciudad que es hoy, con sus industrias, sus comercios, sus productores agropecuarios, sus deportistas y sus personajes célebres, que logran que en cualquier lugar que alguien diga ¿“Las Varillas? Sí, la ubico, ¿no es allí donde nació tal deportista, o tal profesional, o tal industria, o tal comercio…?” Podría nombrar a muchos, pero les juro que la lista es larguísima y seguro me olvido de alguno, pero una cosa es segura: todos le pusieron pasión y coraje. Como el caso del abuelo del gallego que un 26 de julio de 1916 puso la primera fábrica de mosaicos en nuestra ciudad. ¿Qué era de Las Varillas en esos años? La nada misma. Sólo pioneros llenos de proyectos, pero esas historias quedarán para otra vez. Cuántas pestes (como decían nuestros abuelos) pasaron desde entonces; sólo unos años después (1919) llegó desde Buenos Aires la gripe española y a pesar de esas enfermedades nuestra ciudad siguió creciendo y progresando. Y nunca dejó de ser el centro comercial e industrial de esta amplia zona de la provincia de Córdoba.
Como sociedad no podemos decidir que el virus exista o no, pero sí cómo nos va a afectar, cómo lo vamos a enfrentar y cómo nos encontrará después, cuando todo esto pase.
Creo más en la reflexión que en la multa. Tal vez no sea tan difícil dejar los miedos e intentarlo.
Cuenta la leyenda que en una lejana sabana africana, andaba perdido un león. Llevaba más de veinte días alejado de su territorio y la sed y el hambre lo devoraban: por suerte, encontró un lago de aguas frescas y cristalinas. Raudo, corrió veloz a beber de ellas para así paliar su sed y salvar su vida.
Al acercarse, vio su rostro reflejado en esas aguas calmadas.
– ¡Vaya! El lago pertenece a otro león- pensó, y aterrorizado huyó sin llegar a beber.
La sed cada vez era mayor y él sabía que de no beber, moriría. A la mañana siguiente, armado de valor, se acercó de nuevo al lago. Igual que el día anterior, volvió a ver su rostro reflejado y de nuevo, preso del pánico, retrocedió sin beber.
Y así pasaron los días con el mismo resultado. Por fin, en unos de esos días comprendió que sería el último si no se enfrentaba a su rival. Tomó finalmente la decisión de beber agua del lago pasara lo que pasara. Se acercó con decisión al lago, nada le importaba ya. Metió la cabeza para beber… y su rival, el temido león, ¡desapareció!
En honor a todos nuestros antepasados, no dejemos que el miedo y los prejuicios nos ganen. Este virus, como muchos otros, se vencen con conducta social y ésta, seguro, se sostendrá con ideas y no con barreras visibles o invisibles.
Tomás I. Parmiggiani