(Columna compartida con La Voz de San Justo y El Heraldo)
El “mito” descansa en un relato tradicional conformado por hechos y personajes fabulosos, en tanto la “mística” refiere al grado máximo de unión del alma humana con lo sagrado. Y por ello, uno presiente que con la muerte física de Maradona se da simbólicamente esa sensación de traspaso del mito, en vida, a la mística eterna a partir de su descanso definitivo.
Como muchos, no sé cuántos, estuve en las antípodas de sus ideologías políticas, de su verborragia y de sus lamentables adicciones. Adicciones y descontrol que en definitiva lo llevaron demasiado joven a dejar la vida terrenal, más allá de que nadie puede tirar la primera piedra al respecto. Y sin embargo lo lloramos, lo lloro. Lo lloro con admiración por ese talento extraterrestre que ya no disfrutaremos, por su infinita solidaridad, por su elogiable autenticidad y, por sobre todo, por su inquebrantable personalidad y temple puestos al servicio de sus causas. Desde las meramente deportivas hasta las sociales y políticas y, obviamente, las íntimas y familiares que tanta felicidad y amargura le generaron por igual.
Del Maradona – mito en vida, movilizando masas en cualquier lugar del mundo, a la mística del Diego eterno luego de su partida tan sentida. Un mito construido y cimentado a partir de aquel inmenso poder generado desde sus gambetas y consolidado desde la devoción de un pueblo de cualquier latitud que lo veneró y amó hasta límites insospechados. Un poder complicado de manejar y difícil de sostener con el debido equilibrio que requerían las circunstancias. Fama, dinero y poder manejados con frecuente irracionalidad que lo hicieron pivotear de un extremo al otro y que, muchas veces, le generaron situaciones delicadas que terminaron marcando a fuego su derrotero fuera de las canchas.
Del mito terrenal a la mística eterna del Diego – Dios para ganarse ese pedestal al que casi no acceden los mortales. Un pedestal impensado desde aquellas duras épocas de la Villa Fiorito familiar, hasta esta leyenda mundial solo comparable a la de las grandes personalidades de la historia universal.
Ojalá nos quede lo mejor de su versión en nuestros corazones y se valore su epopeya a través de la perspectiva de un tiempo que suele darnos una dimensión más ajustada a los hechos. Valorando y recordando aquellas versiones del “Pelusa” de potrero, la del hijo cariñoso y querendón o la del hincha número uno de cualquier deporte que luciese la celeste y blanca. Y ojalá también pueda, desde el mito del Maradona viviente de estos últimos años, descansar por fin en paz y sostener la mística del Diego para siempre.