Días atrás observábamos desde nuestro País y con algunas dudas imágenes de inmigrantes de la India, Paquistán y Bangladesh, entre otros, festejando el estar y respirar el mismo aire en Doha que su querida Selección …. Su Selección Argentina. Luciendo incluso sus camisetas albicelestes, esas con el Messi al dorso en la inmensa mayoría. Y obviamente lo disfrutamos a la distancia, pero descreyendo en algo la veracidad de tamaño cariño de esta gente obrera en Qatar para con un país tan distante y con otro tipo de raíces y cultura.
Sorprendente, pero mucho menos que lo que vivimos ahora por aquí, “en el lugar de los hechos”. Por esta locura generalizada encarnada en esta gente del tercer mundo explotada como parias por estas tierras tan agrestes. Parias, no lo duden, pero con esa felicidad a flor de piel por, repito, “su Argentina … la de Messi”.
Ser argentino por estas horas y lucir la albiceleste por quí es motivo de incesantes pedidos de selfies, de improvisados diálogos para “saber algo” de ese lejano país de San Martín y Belgrano, de notas de TV de todo Medio Oriente y de palmadas y aliento para que la Copa se quede en nuestra casa … y también en la de ellos.
Sencillo de disfrutar claro, pero créanme, imposible aún de asimilar y entender. Entender el límite del respeto y la devoción al extremo de dejarte el principal lugar en las colas de kioscos de comida, baños, asientos de buses y subtes y todo aquello que “haga feliz a un argentino … al de Messi”. Porque los impregna de orgullo, pertenencia e infinita alegría para, quizás, compensar en ello tanto maltrato y desidia ajena, la de sus rudos empleadores.
Imposible no sentirnos bien, a gusto como argentinos, aún con un dejo de vergüenza por tanta veneración y reverencia seguramente exagerada. Imposible no disfrutarlo en este caldo de cultivo que genera el Fútbol en los exclusivos momentos de un Mundial, pero también muy difícil, casi imposible de entender desde la razón. Una razón que lo fundamenta en visualizar esos seres humanos muy golpeados por la vida y su destino tan atroz. Ese mismo destino que hoy les regala el transitar por las mismas calles y respirar el mismo aire que “su Argentina … la de Messi”.